martes, 4 de diciembre de 2018

POR FIN, NO ES NO

¡Cómo han cambiado las cosas! (a mejor). Tenía 15 años cuando me trasladé a vivir a Alicante, desde mi Ronda natal. Mis amigos me envidiaban:
  • ¡Tio, seguro que en Alicante ya hay discotecas! (Ese mismo año, las acababan de inventar)
  • En cuanto llegue a Alicante, lo primero que voy a hacer es localizar una discoteca y hacerme socio – les decía yo – Iré todos los días y a la discotecaria, le pediré los discos que quiero oir.
Pensábamos que las discotecas eran como las bibliotecas, pero con discos. Y si en una biblioteca hay bibliotecarias, en una discoteca habría discotecarias.

Pues no. Resultó que una discoteca no era lo que me pensaba. Allí ponía los discos que le daba la gana el “pincha-discos” y la gente se limitaba a bailar, ligar y beber. Mi gozo en un pozo.

No volví a una discoteca hasta los 18-19 años en los que la llamada biológica al “amor” me obligó a ello. A mediados de los setenta, si querías “ligar” no te quedaba otra que ir a una discoteca a “acosar” mujeres. Un coñazo, para un tímido como yo. Y es que, en aquellos tiempos se decía que “Una señora, cuando dice ‘no’ quiere decir ‘tal vez’, cuando dice ‘tal vez” quiere decir ‘si’ y cuando dice ‘si’ es que no es una señora”. A sí que todas decían “no” y te tocaba insistir (en fin: un marronazo).

Y allí me planté; junto a la barra de una discoteca; vaso largo de coca-cola en mano simulando un whisky, agitándolo para hacer tintinear los cubitos de hielo y esperando en vano que fueran ellas las que tomasen la iniciativa. Y nada.

Por cierto; como se me solía aflojar el tornillo que sujetaba el cristal de mis gafas, un día se me ocurrió pedir un destornillador al camarero que había tras la barra.

  • Oye, ¿tendrías un destornillador por ahí?
  • Aquí tiene – me dijo, mientras ponía un vaso con un líquido de color dentro.
  • ¿Qué es eso? – le pregunté
  • El destornillador que me ha pedido.
  • No, pero si es para apretar el tornillo de las gafas que se me ha aflojado – le dije.
Aquél, tras lanzarme una mirada fulminante, tomo el vaso y arrojó su contenido al fregadero antes de darme tiempo a decirle, “¡no importa, me lo bebo!”

Como decía, allí me encontraba yo agitando el vaso y poniendo cara “de interesante”, mientras miraba de reojo el panorama a mi alrededor.

De pronto, veo que un grupo de chicas miran hacia donde yo me encuentro, mientras cuchichean algo al oído. Miro a izquierda y derecha por si es a otro al que miran y ¡estoy solo!, ¡es a mí a quien miran! Apoyo un codo en la barra, agito con más fuerza mi coca-cola “on de roks” y arqueando una ceja, pongo cara más interesante aún, a ver si se deciden a tomar la iniciativa. ¡Pero nada! ¡que no viene! ¡tengo que ser yo quien tome la iniciativa!, ¡mierdas!

Me dirijo hasta ellas, arrastrando los pies como si tuviera zapatos de plomo.

Mientras me acerco escucho que dicen: “Que viene, Mari, que viene”.

Al llegar a su altura, sacando valor le pregunto a una de ella: “¿Bailas?” y me responde: “No”

No te puedes imaginar el cubo de agua fría que sentí sobre mi cabeza. ¡Con lo que me había costado llegar hasta allí!.

  • Pues nada, hasta luego – les digo. Y mientras me alejo oigo que dicen: “¡Será gilipollas, el tío! ¿pues no le digo que no, y se va?
¡Pues no le digo que no, y se va!, dice. Entiendo el castellano perfectamente, y no es no en toda tierra garbanzos.

En fin, que dejo la copa en la barra y me voy para casa con la moral por los suelos. Llego a mi habitación y mirándome el culo en el espejo de cuerpo entero que tenía tras una de las puertas de mi armario ropero (en aquella época pensaba que a las chicas les gustaba los culos pequeños como llevaban los torerillos), le pregunto a mi madre.
  • ¡Mamá!, ¿crees que tengo el culo gordo?
  • ¿Qué dices?
  • ¿Qué si tengo el culo gordo?
  • ¡Tú eres tonto, niño!
Ahora los tiempos han cambiado. Ahora, por fin, no es no y está mal visto acosar a las mujeres. ¡Qué suerte tiene esta generación! Si tuviese veinte años, me iría a la discoteca, me sentaría a esperar que sean ellas las que agiten el vaso, vengan a preguntarme si quiero bailar, para decirles que “no” y se vayan a casa a mirarse el culo.

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